Hace miles de años una terrible enfermedad acabó con casi todos los hombres que vivían en la sierra de Tenui; sólo se escaparon unos pocos ancianos, entre ellos un payé o brujo curandero.
Al cabo de unos años las mujeres empezaron a preocuparse porque veían que la raza estaba próxima a desaparecer; no había hombres por ninguna parte.
Una noche, pese a la prohibición que el payé les había hecho, se reunieron todas en las orillas del lago Muypa donde Cyiyucé, la madre de quienes tienen sed acostumbraba ha bañarse, para conversar y convenir algo sobre lo que tanto las mortificaba; unas propusieron tratar de rejuvenecer a los ancianos para ver si servían y en caso contrario lanzarlos al río para que los peces los devoraran; otras sugirieron buscar cómo fecundarse entre ellas mismas y en esas estaban cuando las sorprendió Cyiyucé que venía a bañarse; sin embargo, mayor fue el asombro cuando vieron al anciano payé sentado en medio de ellas.
Llenas de vergüenza trataron de huir y no pudieron: parecía como que sus pies hubieran sido atados al suelo.
Entonces el payé se paró y les dijo:
-Parece que nunca habrá sobre la tierra mujeres pacientes y discretas, ni guardadoras de secretos; habéis menospreciado mi saber y por eso no me consultasteis; os prohibí, después de escuchar en sueño recomendaciones del sol, que os aproximarais de noche a las orillas del lago Muypa y no sólo lo habéis hecho sino que pensáis hacer cosas vergonzosas con nosotros los ancianos.
-Como habéis desobedecido las órdenes de quienes gobiernan la tierra, Cyiyucé, la señora del lago, la madre de los que tienen sed, no volverá a bañarse en estas aguas ya corrompidas y contaminadas con la impureza, y los que en un futuro no muy lejano nacerán no os tendrán en cuenta para las cosas importantes.
No fue sino lo anterior para que las mujeres se impacientaran y preguntaran en coro:
-¿Y cuándo será esto? ¿No estás mintiéndonos acaso?
-Soy payé y todo lo veo -contestó.
Y a una señal suya todas las mujeres penetraron en las aguas del lago y se bañaron; cuando salieron estaban alegres y contentas.
-Desde ahora cada una de vosotras lleva en su interior una nueva vida -les dijo el payé.
Y en realidad todas estaban embarazadas; el anciano brujo curandero las había fecundado sin que ninguna lo presintiera.
Una vez hecho esto, el payé subió rápido a la cima del macizo del Duida y, ante la mirada sorprendida de las mujeres, dio un grito y se arrojó al lago; la superficie de las aguas quedó cubierta con un polvo blanco; era el polvo que cubría el cuerpo del viejo brujo curandero y que le servía de disfraz para ocultar su juventud. Momentos después Cyiyucé también se sumergió en el mismo lugar.
Las mujeres admiradas contemplaron el espectáculo, rebosantes de dicha y de felicidad se revisaban los cuerpos para ver si no era un sueño o pesadilla lo que había acabado de sucederles.
Pasados diez meses todas dieron a luz el mismo día y a la misma hora; el futuro de la raza tenui estaba asegurado.
Entre los nacidos había una niña de singular belleza que fue llamada Cyiyucé como homenaje a la señora del lago y... ¡con qué hermosura creció hasta ser mujer!
Una tarde tuvo deseos de comer piquia, fruta prohibida a las jovencitas porque despertaba los instintos maternales, y salió para la selva a buscarla; pronto la encontró y recogió unas cuantas acabadas de tumbar por los micos; ahí mismo, debajo de las ramas del árbol, se sentó y las comió; parte del jugo cayó entre sus senos y se deslizó hasta los lugares más ocultos de su cuerpo sin que esto la preocupara en lo más nínimo.
Al empezar la noche regresó feliz a su casa por haber comido lo que tanto tiempo había anhelado; de un momento a otro empezó a darse cuenta de que algo raro le sucedía; su instinto de mujer la llevó a examinarse minuciosamente el cuerpo y pudo observar que a más de haber perdido la virginidad tenía algo en sus entrañas.
Vergüenza y rubor tuvo entonces, y todo lo ocultó; a nadie dijo nada; empero, el tiempo, que para esto es delator preciso, vino a mostrarlo.
Los de la tribu se ofuscaron y le solicitaron el nombre del violador para castigarlo; Cyiyucé contó lo sucedido en una forma por demás cándida y todos lo creyeron.
Cumplido el tiempo tuvo un niño más hermoso que ella; dicen que era muy parecido al sol. Cuando los de la aldea se dieron cuenta del nacimiento y lo conocieron, lo llamaron Yurupary, engendrado de la fruta, y lo proclamaron tucychawa, jefe o cacique.
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